domingo, 25 de abril de 2010

Desnudos...


In the backseat

La vida del hombre, de un hombre, se cuenta por historias inesperadas. Cuando te toca, vagos rayos de luz, de destino, en una realidad gris. (Reseña)


EL JUANCHO




Johann W. Goethe creía en la inmortalidad e hizo su Poesía y verdad, esperando formar parte del escenario soñado en donde Shakespeare debate lo interminable con Cervantes. George Orwell creía en la vida hasta en sus rincones más oscuros y discutió hasta el final con una sociedad que convive con el lodo y la mierda sin mirarlos. Cortázar sabía que a la vuelta de la esquina se encontraba lo inesperado y el universo se extendía y se extendía. Pero hoy…

Cuando te toca es un libro de cuentos en una época incrédula. Mirándolo bien, sería de una lambisconería desconfiable comparar a su autor Ricardo García Mainou con los grandes autores de los que hablé, pero a la vez no hacerlo sería necedad y escepticismo. Hoy la vida parece un boquete estrecho por el que no pasa la savia de los hechos, tan demasiados que han hecho una burbuja de aire y ninguno logra circular. Entonces las leyendas, la magia, la aventura, el honor, la excepción, el misterio, el amor, la mirada, el sueño y la trascendencia de lo efímero son cosas que ya no se notan, que no se ven, y precisamente estos son temas que Ricardo García Mainou toca en su libro.

La editorial se llama “Ficticia” y promueve algo que se olvida: las posibilidades. Los libros, las historias, nos permiten llegar más lejos, allá donde no es sólo acá, donde se es un poco más rico. Pero evitemos la dispersión: en los cuentos de Cuando te toca, se cuenta la vida de un hombre, Manuel Mona, en su impresionante y simplona totalidad, en medio de cuyas intermitencias el autor intercala historias de amor y miedo, de deseo y repulsión: los límites de la vida. Siete cuentos conforman el libro, tres de los cuales cuentan a Mona en sus momentos mágicos y trágicos, diciéndonos desesperadamente que en la vida sólo hay unas cuantas anécdotas y luego pum, se acabó. Los otros cuatro cuentos (otros personajes, otras historias) nos llevan más lejos de este hombre ridículo, no reivindicado, abrillantado y luego abandonado en su triste rutina gris que ni vale la pena conocer. No hace falta. Pero aún así, la vida está, sigue, camina sinuosamente y golpea, para lo cual no nos queda más que asirnos de la magia y la memoria y hablar de destino.

Ricardo García Mainou, con estilo fluido y pulido, te hace reír y llorar, casi como la vida, si no fuera por esa premeditación que es escribir, diferente del sino, del golpe vital diario. Es una época incrédula, dicen que polvo somos, y por eso mismo recomiendo leer Cuando te toca, que nos dice no no no, hay arte, hay juego, hay destino, hay sorpresas, hay tesoros.

domingo, 10 de enero de 2010

Án6e(@



La cosa fue así.
No tuve que pensarlo, no tuve que esperar absolutamente nada, pero de todos modos sabía vagamente, siempre lo supe en el desorden del escritorio esperando una inexplicable colisión, en las cosas que se balancean como nudos en la garganta, ocupadas por un frío viento solitario de mucho atrás -hamacas, columpios, tu mirada deslavada de los últimos días-, lo sabía en los mismos instantes en que parece no suceder nada por algo, por algo que sigue después y qué será, estará tal vez detrás de una tela invisible y sólo será necesario estirar una mano y rasgarla y sacar de ahí... Todo... Pero nada sucede, al final nada sucede, nunca, no hay tal tela, un enigma del que ni la misma pregunta hay, del que sólo está la duda y sentirme perdida y estúpida. En todas estas cosas, desde niña, lo presentía con un silencio casi indiferente, digo que paralelo. Pero entonces un día, después de llorar tu ausencia toda la noche contra la almohada, después de haber prometido a concretas autoridades -mi madre, un papel, un recuerdo bien definido y llamado pesadilla- que detendría esta insensatez, que le pondría un curativo rewind al control del video para echar atrás todo el vuelco del carro furioso en que tú y yo estábamos dispuestos a perderlo todo, en ese que llamamos el día siguiente me paré frente al espejo y, con el cepillo de dientes metido en la boca perpleja, los ojos misteriosamente limpios y lúcidos –y mira que la noche anterior fue de lágrimas y siglos desesperados de sueño-, sentí una especie de retrato indeleble tuyo en el corazón, y el escritorio, los columpios, los instantes de brusquísima y casi temblorosa quietud, se llenaron con tus ojos que volvían a brillar como nunca, fueron ocupados finalmente por tus ojos definitivos, impresos como las letras de un libro sagrado; la tela se rompió y vi detrás de ella cómo se me mostraba un camino de misterios apenas fundados y atrayentes, y mi espalda se enderezó y una pluma, dos, cayeron mensajeras por debajo de mi camisón.

el desencanto





El desencanto de escribir
sobre un escritor escribiendo sobre un escritor que escribía a un escritor que escribía sobre un escritor que escribía sobre el desencanto de escribir sobre un escritor fracasado al que sólo leerían otros escritores fracasados pues escribía sobre un escritor fracasado.

Homenaje a Salvador Elizondo, que conste

jueves, 7 de enero de 2010

Tal vez hoy

Un cuarto de hotel es lo lógico, la idea del paso, del poco tiempo. Otro cuarto de hotel, lo mismo. Ambos hoteles tienen el mismo nombre, el mismo número de cuartos, la misma sensación de vacaciones mal pagadas, pero vacaciones al fin. ¿Entonces por qué, aunque parece ser que el piso es el mismo, la misma habitación, tiene que haber dos ascensores descendiendo y ninguna hora de encuentro? Ambos despiertan con resaca otra vez, ambos perdidos en la misma noche y la misma luz de sol chirriante.

Aunque tal vez hoy...