domingo, 10 de enero de 2010

Án6e(@



La cosa fue así.
No tuve que pensarlo, no tuve que esperar absolutamente nada, pero de todos modos sabía vagamente, siempre lo supe en el desorden del escritorio esperando una inexplicable colisión, en las cosas que se balancean como nudos en la garganta, ocupadas por un frío viento solitario de mucho atrás -hamacas, columpios, tu mirada deslavada de los últimos días-, lo sabía en los mismos instantes en que parece no suceder nada por algo, por algo que sigue después y qué será, estará tal vez detrás de una tela invisible y sólo será necesario estirar una mano y rasgarla y sacar de ahí... Todo... Pero nada sucede, al final nada sucede, nunca, no hay tal tela, un enigma del que ni la misma pregunta hay, del que sólo está la duda y sentirme perdida y estúpida. En todas estas cosas, desde niña, lo presentía con un silencio casi indiferente, digo que paralelo. Pero entonces un día, después de llorar tu ausencia toda la noche contra la almohada, después de haber prometido a concretas autoridades -mi madre, un papel, un recuerdo bien definido y llamado pesadilla- que detendría esta insensatez, que le pondría un curativo rewind al control del video para echar atrás todo el vuelco del carro furioso en que tú y yo estábamos dispuestos a perderlo todo, en ese que llamamos el día siguiente me paré frente al espejo y, con el cepillo de dientes metido en la boca perpleja, los ojos misteriosamente limpios y lúcidos –y mira que la noche anterior fue de lágrimas y siglos desesperados de sueño-, sentí una especie de retrato indeleble tuyo en el corazón, y el escritorio, los columpios, los instantes de brusquísima y casi temblorosa quietud, se llenaron con tus ojos que volvían a brillar como nunca, fueron ocupados finalmente por tus ojos definitivos, impresos como las letras de un libro sagrado; la tela se rompió y vi detrás de ella cómo se me mostraba un camino de misterios apenas fundados y atrayentes, y mi espalda se enderezó y una pluma, dos, cayeron mensajeras por debajo de mi camisón.

el desencanto





El desencanto de escribir
sobre un escritor escribiendo sobre un escritor que escribía a un escritor que escribía sobre un escritor que escribía sobre el desencanto de escribir sobre un escritor fracasado al que sólo leerían otros escritores fracasados pues escribía sobre un escritor fracasado.

Homenaje a Salvador Elizondo, que conste

jueves, 7 de enero de 2010

Tal vez hoy

Un cuarto de hotel es lo lógico, la idea del paso, del poco tiempo. Otro cuarto de hotel, lo mismo. Ambos hoteles tienen el mismo nombre, el mismo número de cuartos, la misma sensación de vacaciones mal pagadas, pero vacaciones al fin. ¿Entonces por qué, aunque parece ser que el piso es el mismo, la misma habitación, tiene que haber dos ascensores descendiendo y ninguna hora de encuentro? Ambos despiertan con resaca otra vez, ambos perdidos en la misma noche y la misma luz de sol chirriante.

Aunque tal vez hoy...